5 mentiras sobre sexo que debemos parar.

 

Antes de entrar de lleno al tema les digo que esta nueva sección para tratar temas de adolescentes surgió desde ustedes, Madres Conectadas, y sus necesidades.

Es para mi un honor que me contacten y me pidan que escriba sobre temas que les afectan o preocupan y me expresen que les gustaría escuchar mi opinión al respecto.  Eso es señal de la valoración que le dan a mis escritos y les agradezco porque me reta a subir un escalón más cada vez.

Inicio con uno de los temas más solicitados por ustedes y es, casi predeciblemente, la sexualidad.

La mayoría de los padres de hoy tenemos la conciencia de que la sexualidad es algo que debe tocarse en la familia de manera natural y abierta.  Que los niños desde pequeñitos ya inician con sus preguntas curiosas y sus observaciones y que es nuestro deber y responsabilidad darles las respuestas adecuadas a medida que ellos las requieren.

Eso está bien y ya era tiempo.

Pero siento que hemos estado dejando algo perdido en el camino: cómo orientamos de manera objetiva, clara y edificante a nuestros hijos en relación a lo que ellos reciben a diario en bombardeo mediático, en películas, en productos y sobre todo a través de los mitos perpetuados desde antaño.

Aclaro que no voy a escribir sobre sexo en adolescentes, sino sobre cómo los mitos sexuales afianzados en esta etapa de la vida, perjudican síquica y emocionalmente tanto al adolescente como al ya adulto y sus relaciones posteriores.

Quiero plantearles 5 mitos comunes, que todos seguro hemos escuchado, vivido o interiorizado y que afectan de manera extraordinaria, no sólo las relaciones presentes y futuras de nuestros hijos, sino además, su propia autoestima y la forma en que ellos se exponen ante el mundo.

1. Para satisfacer a su pareja hay que tener el pene grande. El tamaño importa.

Antes que nada, ¿Qué es grande?, ¿Cuánto es en medida?, ¿Grande respecto a qué?.

Estudios de la anatomía masculina dicen que el tamaño promedio del pene es de 5.1 a 5.6 pulgadas, pero ciertamente, lo que nuestros adolescentes ven en las películas pornográficas, pudiera parecer hasta del doble.

Todo este tema genera una ansiedad en ellos y una inseguridad que les atrofia su proceso natural de valorar su cuerpo y aceptarlo como es, único e independiente, no en relación a otro.

Por otro lado, sepamos que si el tema es «complacer» sólo hay que ver otras estadísticas que dicen que a casi el 80% de las mujeres no les importa en lo absoluto de qué tamaño lo tenga su pareja y afirman que el truco está en el uso que se le dé.

Yo casi me atrevería a segurar que el otro 20% ha visto las películas aquéllas y todavía está esperando que llegue el tipo del establo con sus 12 pulgadas disponibles.

2. El acto sexual dura al menos una hora.

Supongo que será con todo y prepararse uno sandwiches y arreglar el clóset.

Se pone mucho énfasis en duración como sinónimo de satisfacer.  De ahí que la Viagra, Elevex, La Pela y toda una industria que anda dañándole el corazón y su futuro desempeño a jóvenes adultos, sea multimillonaria.

El grave problema radica en que tanto las mujeres como los hombres lo creen y todo se complica.

El sexo vaginal dura promedio 7.3 minutos, así que el famoso «rapidito» resulta que es el «normalito» y, por supuesto, no es la excepción sino la regla.

Es ya cuestión de la pareja extender su momento de intimidad y que dure lo que dure.  Mientras sean felices todo está bien, nadie anda cronometrando.

3. Las películas porno son la representación de cómo debe ser el sexo en la realidad.

Adolescentes rompiéndose la cabeza, llenándose de expectativas falsas y ahogándose en su propia ansiedad por asumir que la última XXX que vieron es la «Guía sagrada de su desempeño como hombres».

La pornografía y la publicidad sexista son temas de otro artículo, pero sí afirmo que afectan, tanto a los varones como a las hembras, en sus posteriores relaciones sanas.

No hay cosa que meta más virus en la computadora de un hombre que los anuncios de «agrandamiento del pene». Gran, gran mito, dicho sea de paso.

Todo porque ven a una tipa (que de paso se hizo un anal bleach) revolcándose y declarando su fe cristiana a todo volumen al minuto y medio de que llegó un delivery con su caja de pizza y con una erección de 20 pulgadas dispuesto a perder su trabajo porque al menos duran 2 horas en acción.

Hay una clara diferencia entre fantasía y realidad.  Un adolescente muchas veces no la ve y, tristemente, si acaso los adultos.

4. Si un hombre no tiene una erección quiere decir que no desea tener sexo.

Existen decenas de razones por las que un hombre no tiene una erección en el momento que desea: está cansado o estresado, toma algún medicamento, ha tomado mucho alcohol previo al momento, está deprimido, está en sobrepeso o sencillamente no está en eso.

Los hombres también tienen derecho a no querer. «Increíble» pero cierto.

Se calcula que el 52% de los hombres han experimentado disfunción eréctil sin tener nada que ver ni con su deseo sexual ni con su masculinidad.

Y esto nos lleva otra vez a la Viagra….. cuántos millones de dólares logrados por crear falsas expectativas y patentizar mitos como éste, tanto entre hombres como entre mujeres.

5. Los hombres piensan en sexo cada 7 segundos.

Esto quiere decir que si tu hijo adolescente está estudiando para un examen o completando una idea para poder expresarla y eso le tomó más de 7 segundos entonces él no es la fiera sexual que debería ser.

Más que eso, se supone entonces que él es quien está mal.  Seguro que todos sus amigos sí llevan su ritual de cada 7 segundos interrumpir sus ideas para pensar en senos, nalgas, piernas y en ellos mismos actuando como sementales.

Seamos más serios.

 

Entonces,  frente a todo esta basura que le meten en la cabeza a nuestros hijos,

¿Qué hacemos?

  • Escuchar:

Esto empieza desde que nacen. Específicamente frente a temas de sexo,  no escandalizarnos, ni salir por la tangente con una historia de un perro que tenía una pata ni nada de eso.

Que para ellos esté claro que lo que necesiten de información lo pueden buscar en sus padres y que si no sabemos la respuesta la vamos a investigar.

Escuchar atentamente qué términos usan para referirse a los demás.  Si hacen comentarios sexistas, si siempre están ponderándose sobre los demás o disminuyéndose.

  • Observar:

A sus amigos, su entorno, sus comportamientos y sus tendencias para así poder hacerles pequeños planteamientos válidos que siembren en su cerebro la necesidad de analizar lo que dijimos.

Ya hemos recorrido su camino, entonces, si sólo prestamos un poco de atención, podremos ver hacia dónde se dirigen y guiarlos.

Observar cómo interactúan y socializan, cuánto duran pegado a una computadora, qué juegos los entretienen, cómo se visten, qué sitios frecuentan.

Lo más mínimo nos puede indicar qué ideas tienen arraigadas en su mente provocadas por lo que reciben de su entorno y nos dan pautas para definir qué necesitan aclarar.

  • Sentir:

Estar atentos de notar si algo mortifica o provoca ansiedad en nuestro niño, si cambia de comportamiento, si luego de una actividad en específica se nota diferente.

Conectar con ellos y sus necesidades no sólo es nuestra responsabilidad sino nuestro mayor compromiso.

Todo ésto que percibes de él en esta etapa de la vida, podría estar enlazado a su visión de la sexualidad que, en la adolescencia, es una de las facetas más importantes de su desarrollo.

Cuando a nuestros hijos se les mete la «edad del tranque», sólo nos queda confiar en que lo que hayamos metido en su chip funcione y en que ellos, por más tumbos que den en el mar, nos van a considerar su faro.

Mi intención al escribir ésto es que como madres y padres tomemos la consciencia de esos mitos, que incluso muchos de nosotros aún tenemos fijos en nuestro cerebro, y manejemos las situaciones de manera que nuestros hijos de alguna forma entiendan que son sólo eso: MITOS.

Que no carguen su vida de mentiras comercializadas, que no se frustren ni ellos ni sus parejas, que puedan ser capaces de vivir una vida de adultos plena, realista y satisfactoria y no cargados de presión, falsas expectativas y una baja autoestima.

 

 

 

 

 

 

 

 

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