Acostada en la camilla del sonografista, sentía que la prueba de embarazo que tenía en mi cartera me quemaba la conciencia gritando POSITIVO, sin embargo, mi corazón estaba reviviendo la horrible experiencia de tener 5 pruebas positivas y un útero vacío, sin latido, sin bebé.
Ya lo había pasado, ya sabía lo que se sentía, ya me tragué ese dolor una vez y lo enterré de tal forma que no lo he podido superar más de 2 años después.
Salí de ahí con un folder que decía que en 10 días debía hacerme otra sonografía.
Ya yo sabía para qué: confirmar que lo próximo era un legrado uterino.
Así que me fui a mi casa a llorar a mi bebé, de luto interior, a prepararme para quitar la venda de una herida sin sanar y abrirla otra vez, y por supuesto, volverla a tapar por algunos añitos más, quien sabe.
Pasé unos días terribles. Le decía a mi esposo que los malestares me estaban matando pero lo que más me mataba era que no tenían sentido, no tenían punto. Cerraba los ojos y sólo podía ver un útero vacío, tal cual lo ví en la pantalla del sonografista.
Llegaron los reglamentarios 10 días y me encaminé al famoso chequeo. Quise hacerlo sola sin decirle a nadie, segura de saber lo que me esperaba: me iban a acostar en la camilla, iba a ver la pantalla, se vería el espacio negro y vacío dentro del útero y de ahí iba directo al doctor para lo inevitable.
Pero lo que pasó fue totalmente fuera de todos los parámetros de lo probable: había un bebé.
Pasé de una sonografía vacía a las 6 semanas y 4 días a un bebé completito sólo 10 días después.
No vi un útero negro y vacío, vi un útero con vida, con una silueta, con un corazón latiendo a millón, con mi hijo, el hijo que acababa de pasar días llorando entre los rincones de mi burbuja de dolor.
Salí de ahí en un total shock. No sabía qué decir ni qué pensar. Lo que recuerdo es muy confuso en cuanto a todo lo que sentí.
Se lo dije a mi esposo y fuimos al doctor y ahí, en plena consulta, se me salieron las dos gigantes lágrimas que tenían horas atrapadas entre las pestañas.
Yo lloraba y sé que parecía que lo hacía por las hormonas, por pánico, por el susto que se le mete a uno cuando años después de ir criando te ves en la situación de «empezar otra vez», por temor por mi propia salud y estabilidad.
Parecía que lloraba porque tenía 38 años, un plan de vida establecido alrededor de mis hijos de 6 y 8 años, su rutina, mis viajes, mis proyectos personales, mis proyecciones con mi marca y todo lo que uno supondría.
Nada más lejos de la realidad. Aún este embarazo era tan improbable como atemorizante por mis problemas de salud, yo lloraba porque instantáneamente amaba a mi bebé desesperadamente y me moría de terror por su vida y su bienestar.
Porque a pesar de que estaba en un punto en que otro bebé cambiaría totalmente en juego estaba dispuesta a soltar absolutamente todo y acostarme cual momia por lo que restaba de los 9 meses a luchar por su preciosa vida si fuera necesario.
Fueron semanas, días, horas y minutos muy difíciles. No paraba de llorar y no paraba de temer, pero sobre todo no quería que nadie supiera lo que pasaba.
Quería quedarme en mi burbuja, quería proteger cada rincón de ese espacio de angustia que había creado para vivirlo yo sola.
No quería que mis padres ni mis hermanos ni mis amigos cercanos ni nadie que pudiera afectarle en lo más mínimo esta situación fueran parte de ésto. Especialmente mis otros hijos.
No quería compartir con nadie esta sensación contínua de «y si algo sale mal…», «y si después todo el mundo se ilusiona y vengo luego a traer la tristeza y decepción de darle una mala noticia», «Y si se complica y después tengo que estar dando explicaciones».
Lo grande es que yo pensaba que los protegía a ellos de la tristeza de un escenario hipotético donde existía la posibilidad de desenlace fatal y, aunque es un embarazo de riesgo aún, la realidad es que me estaba protegiendo a mí misma.
Cree una burbuja en la que yo contenía el dolor y el miedo y lo acumulaba dentro evitando una ráfaga que le llegara a otros (especialmente a mis hijos, a mi esposo y a mis padres) pero al encerrarme yo ahí, no sólo evitaba que saliera lo negativo, sino que sellé toda posibilidad de que entrara lo positivo.
Pasé mucho tiempo así, esperando hasta el último minuto a ver si pasaba «algo» y con el deseo de que ese «algo» pasara antes de que la gente lo supiera.
Pero, con un embarazo sólo puedes llegar hasta un punto porque obviamente a la larga se hace evidente.
Así que tenía que anunciarlo, empezando por mis hijos y mi círculo interno y ya luego al mundo.
Honestamente no era algo que quería hacer porque una vez lo hiciera iban a venir la lluvias de felicitaciones y buenos deseos y en el fondo yo sólo quería acostarme en posición fetal en el piso de mi burbuja todo lo que pudiera. Quería quedarme ahí por siempre.
Sentía que un paso adelante en anunciarlo significaba que yo daba de manera consciente un espacio a la esperanza, a la alegría, a la ilusión y no creía que estaba lista para eso aún porque en mi mente ese era el camino más seguro a esa decepción que quería evitar revivir a toda costa.
Pero lo dijimos, lo dije al mundo con una sencilla foto en redes, sin pretenciones y sin drama el día de Navidad cuendo yo cumplía 39 años y mi bebé 20 semanas.
Vino entonces la ola de buenos deseos, la ola de felicitaciones, la ola de bendiciones para mi, mi bebé y nuestra familia y fue entonces ahí, donde finalmente pude relajarme.
Pude verbalizarlo, pude empezar a decirle a la gente que estaba embarazada, pude decir que sí y dejé que se le abriera una brechita a la burbuja y que no sólo se liberara un poco del miedo y el dolor, sino que el espacio empezara a llenarse de alegría y esperanza.
En ese momento entendí que la vida es frágil y que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento y que no podemos controlarlo.
Lo que sí podemos controlar es en qué momento romper la burbuja, en qué momento dejar de sentir sólo miedo, en qué momento dejar de resistir que entren las cosas buenas a tu vida, en qué momento dar el paso adelante y tomar lo mejor de la vida en vez de sólo atragantarte con lo peor.
Entendí el balance y me di cuenta de que sencillamente no podemos cargar el dolor solos, de la misma forma en que no disfrutamos la alegría solos.
Aún no siento que estoy de lleno en el punto de la ilusión total pero voy dando pasos hacia ella y se siente mucho mejor en esta etapa.
Me ha costado escribir sobre ésto. No estaba segura si hacerlo o no.
Lo que me hizo darle al botón de publicar es que sé que muchas otras mujeres han pasado o pasarán por situaciones similares y quisiera que vieran en esta historia que no están solas.
Quiero que sientan que no son las únicas y que no tienen porqué pasar solas ni por el dolor de una pérdida, ni por la angustia contínua y el silencio rotundo que acompaña a un embarazo después de una pérdida.
Quiero que sepan que es posible que sientan, como yo, el deseo de cerrarse y de «proteger» (es un instinto de mamá), pero no quiero que se sientan culpables por eso.
Quiero que sientan la libertad de buscar ayuda, buscar apoyo entre familiares y amigos cercanos, desahogarse con otras mamás, aún sea online, y de romper la burbuja del aislamiento porque alguien te va a escuchar, alguien va a compartir y respetar tu miedo, alguien te va a dar el tiempo que necesites pero no va a dejar que te hundas sola. A veces quienes menos esperas.
Esa acción de sacar un pie de esa burbuja que no quieren que se rompa, les va a ayudar a interiorizar lo que pasa y les dará perspectiva real de que la vida se vive un día a la vez y trae consigo toda clase de emociones.
No somos dueñas de lo que pasa, no escribimos la historia de vida de nadie, ni la de nuestro bebé en el vientre, ni la de nuestros hijos, ni la de nuestros familiares y amigos.
No podemos evitar el dolor ni en nosotros ni en ellos. No podemos evitar la decepción, ni el miedo, ni la tristeza, pero debemos saber que eso viene con el paquete que también trae la alegría, la ilusión, la esperanza y la paz interior.
Igual que todos, nosotras también experimentamos la vida (con todo lo que trae) y la única forma de seguir adelante es abriéndote a ella.
Rompiendo la burbuja.