Estábamos en el supermercado y pasamos por enfrente de una veterinaria. Entramos para aprovechar y comprarle un juguete a Balto, el hermoso Collie de la casa de pa y ma, y fue ese momento en que pasó lo inesperado y lo que mi esposo y yo nos referimos como: el día que casi me llevo un perro.
Resulta que en mi casa paterna siempre ha habido animales: gatos, perros, pollos, tortugas, etc. Mientras crecimos siempre tuvimos ese extra con quién jugar y a quién darle comida y cuidar.
Pero, luego de casarme, con la vida tan aventurera que llevamos de salir a coger carretera a cada rato y cuando se puede aviones y hoteles, pues no veía cómo podíamos tener un perrito o un gatito para estarlo llevando de aquí para allá y cuando no se pudiera, entonces ver quién lo cuidaba.
Siempre lo he visto como una complicación en nuestro estilo de vida.
Cuando tuve a mis hijos ya lo empecé a ver cómo algo que les haría muy bien a ellos pero siempre pensaba lo siguiente: yo no podía tener OTRA vida que dependiera de mi.
Me para los cabellitos del cuello el sólo hecho de pensar en otra boca qué alimentar, otras citas médicas para ir, otro pendiente por cuidar, otra rutina qué integrar, otra vida que me iba a ver con ojos llorosos cuando quisiera un cariñito extra.
Con 3 niños en mi repertorio, siento que ya alcancé todos mis límites y no estaba en condiciones de pujarlos.
Pero, pasa lo siguiente, mi bebé recien cumplió un año.
Ya balbucea, gatea como si lo estuvieran persiguiendo, hace solitos para caminar, juega con sus hermanos, se alegra cuando ve a su gente y está aprendiendo de todo rapidísimo, pero también está dependiendo menos de la lactancia, lo que se traduce 100% en que depende menos de mi.
Come sus 3 comidas y su merienda, apenas se pega 3 ó 4 veces al día y hay días que sólo lo ha hecho dos.
Eso me ha creado un desbalance hormonal y emocional terrible.
¿Y qué tiene que ver eso con el perro?
Es que, aprentemente, mi cerebro y mis hormonas no están listas para decirle adiós a mi bebé y recibir al niño en que se está convirtiendo y decidió que un perrito bebé pudiera hacer el trabajo sustituto.
Me di cuenta ahí, con ese cachorrito de ojos tristes y carita de «mamá cárgame» que en mi vida estaba cerrando una etapa y no estaba lista para dejarla ir.
Lo miraba y lo miraba y se me olvidaron todas las razones por las que siempre he dicho que no puedo encargarme de otra vida y sólo podía ver a un bebé que me iba a necesitar otra vez.
Llamé al encargado, le hice todas las preguntas sobre la raza, el cuidado y todo lo referente al perrito y en mi mente iba viendo todo como «factible». Me llegué a decir a mí misma: «donde comen tres, comen cuatro».
Pero entonces vino mi esposo, que siempre ha querido un perro, y asumo que me vió la locura momentánea en lo blanco del ojo, porque me dijo que ya se estaba haciendo tarde.
Salimos de ahí y, tan pronto pasamos la puerta, me dijo:
«Tu casi te llevas el perro.»
Y sí, casi me lo llevo.
Pero algo me paraba. Pensé que el hecho de que yo no me sientiera preparada para que mi bebé ya no me necesitara hasta para respirar, no era la razón para encargarse de otra vida e incluso impactar otra vida.
Quise darme mi tiempo con lo del perro.
Interiorizar que mi último retoño estaba creciendo, que estaba siendo cada vez más independiente, que sus etapas pasadas ya no volverán, que su olorcito y su mirada de «mamá cárgame» iba a verla cada vez menos.
Quise darme tiempo con lo del perro.
Interiorizar que el día que casi me llevo un perro, sólo era una manifestación de mi instinto maternal disparado por un vacío que estaba empezando a hacer espacio en mi corazón y que ese era un proceso que tenía que vivir en vez de taparlo con otra criatura.
Quise darme tiempo con lo del perro.
Interiorizar que es momento de adentrarme en las nuevas etapas y disfrutarlas sin la nostalgia de lo que ya pasó, sino con hermosos recuerdos de lo que hemos vivido juntos.
Ese tiempo me lo daré. Quizás unos meses sean suficientes o quizás vuelva a pasar por ésto cuando llegue el momento del destete y me vuelva a dar la chiripiorca, me meta a secuestrar 4 gatos y 3 cachorros o coja cama como si me hubiese botado un novio.
No sé cómo reaccionaré a las siguientes etapas, no sé lo que sentiré, lo que sí se es que no quiero llenar huecos con sustitutos que son tambien vidas que deben ser valoradas y respetadas, sino cerrar capítulos a consciencia.
Tomar el momento y verlo tal cual es, apreciarlo, agradecer lo vivido y abrirme a dejar crecer y dejar vivir.
Creo que eso que se siente es muy parecido al famoso ‘baby blues» cuando tu bebé está recién nacido y el golpe de hormonas te hace sentir una especie de tristeza por la transición.
Sentí eso mismo: trsiteza por la transición. El baby blues del primer año.
Son muchos cambios, son demasiadas vivencias intensas, das y dejas tanto de ti en esa etapa que literalmente se siente como un luto y, como toda pérdida, hay que procesarla de la manera más sana posible para poder seguir adelante con bien.
El día que casi me llevo el perro, ha sido uno de los días más reveladores que he tenido y se lo agradezco a esos ojitos tristes que me miraron desde el otro lado del cristal y me mostraron que aún no estaba lista.
Espero que ese cachorrito haya encontrado a una familia que lo haga muy feliz.