Mientras estudiaba en la universidad en mis dieci- veinti tantos no tuve novio. Frente a mi estatus de soltera muchos especulaban acerca de las razones.
El concenso (para poderlo aceptar en sus cabezas) era que estaba “muy enfocada en mi carrera”. Sin embargo, otros me preguntaban que por qué estaba “sola”. Incluso llegué a recibir comentarios de que si salía de la universidad sin haber “agarrado” un novio podía darlo como un hecho que me iba a quedar así.
Sola, sola, sola. La palabra del terror. La peor situación imaginable en la vida, según el mundo a mi alrededor.
En realidad yo no estaba sola. Siempre tuve muchos amigos en diferentes grupitos, salía mucho con ellos y estudiaba muchísimo más. Mi familia es grande, mi casa ha vivido siempre llena de gente, por un tiempo incluso dormíamos 5 en una habitación y talvez por eso mismo siempre necesité mis momentos aparte. Para mí la soledad, en cierta medida, definitivamente era positiva.
Recuerdo algo que hacía regularmente y es que al terminar cada semestre me levantaba temprano, tomaba una guagua (autobús) y me iba totalmente sola a la playa, que me quedaba como a una hora y algo de camino.
Simplemente llegaba con un bultito con algo de comer, una botella de agua, un libro cualquiera y una toalla. Me acostaba en la arena, leía, entraba al agua, salía, dormitaba, miraba a la gente, miraba el infinito, todo en perfecto silencio interior. Luego recogía y tomaba la última guagua de regreso a casa.
Casi nadie, incluyendo mis mejores amigos, sabía que yo hacía eso.
Otra cosa que me encantaba era ir al cine sola. En los martes de damas gratis yo era fija. El que atendía en la puerta cuando acababa de recoger boletas, si veía que en la sala solo estaba yo, entraba hasta que le tocara la próxima tanda y veía la película conmigo para que no estuviera “sola”.
Un día le dije que apreciaba lo que hacía pero que no se preocupara por mí porque así era que yo lo disfrutaba. ¿Se imaginan llorar una película entera si tener que secarte disimuladamente las lágrimas porque el de al lado parece que está hecho de mercurio?
Guardaba el secreto de mis escapes porque sentía que la gente no entendía por completo que yo no iba sola porque no tuviera con quien ir sino porque así lo deseaba. Para la mayoría de la gente estar sola era sinónimo de estar perdida, de no tener opciones, de no encontrar con quien estar, de necesitar estar con alguien.
A veces creo que nos han educado de manera que se nos dificulta ver la diferencia entre “estar sola” y “sentirse sola”. En inglés sí se define la diferencia: alone/lonely.
Yo necesitaba estar sola de vez en cuando pero no me sentía sola nunca. Por eso la soledad para mi no tenía connotación negativa, más bien resultaba ser liberadora, relajante, reafirmante.
La vida siguió y luego vino el matrimonio y los hijos junto con el impacto que conlleva tenerlos con 2 años de diferencia.
Entonces empecé a sentir cómo mi espacio de “yo conmigo misma” empezó a peligrar y llegó un punto en que dí como un hecho estar sola no era algo que iba a pasar otra vez (al menos en esta vida).
¿Cómo iba a explicarle a mi esposo que necesitaba estar a solas sin él y sin los niños?, ¿Qué diría eso de mi como esposa?, ¿Qué mamá “normal” siente que necesita un momento sin sus hijos que tanto adora? ¿ Cómo se entiende eso?.
Fue entonces cuando la soledad sí empezó a tomar un matiz negativo porque ahora estaba entrelazada con la culpa.
Me sentía culpable de querer disfrutar el placer de estar a solas y en silencio una tarde, un día entero y hasta una semana si pudiera. No sólo físicamente sola sino mental y espiritualmente aislada.
Como es de esperarse, con el tiempo pasó lo inevitable: tiré el tiro. Fueron tantas cosas con el trabajo, los niños, la casa, las obligaciones, las necesidades, los compromisos, las preocupaciones que me paralicé. Entré en un estado de zombilismo y achaques que sólo iba a superar si hacía una pausa.
Pedí mi break como regalo de las madres. Irónico: en el día de las madres quería que me regalaran un día libre.
Me costó mucho aceptar que lo deseaba tanto o más de lo que lo necesitaba. Le pedí a mi esposo que me rentara una habitación en cualquier hotelito sencillo que sólo tuviera una cama y que quedara cerca del mar.
Quería levantarme de madrugada y caminar por la playa mirando el horizonte hasta que se borrara, sentir la brisa, sentir la arena, oír las olas desapareciendo en la orilla. No hacer nada de nada ni pensar en nada de nada en lo absoluto.
Esa soledad que antes consideré mi propio espacio de reencuentro personal y que tuve que ejercerla prácticamente en secreto, esa soledad que todo el mundo asociaba con algo que no estaba bien en mi vida o conmigo, esa soledad que luego dejé escapar por miedo a no ser comprendida, esa soledad que tanto necesité por tanto tiempo, era ahora reclamada.
Me fui bulto en mano. Hice todo mi esfuerzo por explicarles a mis hijos (sin llorar) que mamá necesitaba hacer algo y los vería al otro día, tomé la culpa, tomé la sensación de no ser comprendida, tomé el miedo a no estar actuando como una “buen madre” los metí en el baúl y cogí carretera.
Llegué al silencio, llegué a oirme a mí misma, a sentir lo que hay dentro de mí, a reconectar con lo que ya hace tiempo ni recordaba. Esas sensaciones que me dan paz, esas visiones que me llenan de energía, esos olores y sonidos que me ponen en el aquí y ahora y me aterrizan a disfrutar el momento.
Me bañé sola en la playa, tuve la dicha de que también lo hice sola en la piscina, tomé el sol en el deck de la azotea, el jacuzzi fue sólo para mi también. Todo fue perfecto. Justo lo que necesitaba.
Esta experiencia me reconectó con esa necesidad de estar conmigo un rato y me llevó a tomar la decisión de disfrutarlo sin culpas ni temores más a menudo y no tipo cometa Halley.
Aún no todas las personas tengan el perfil mío ni el deseo de estar sola de vez en cuando, como madres, es inevitable que llegue el momento en que en verdad tu cuerpo, tu mente y tu espíritu te lo pida a gritos.
Mi experiencia prueba que sacar un tiempo para tí, ya sea 2 horas, una tarde, o un día completo puede llegar a ser la diferencia entre una mamá histérica y exhausta con cara de “estoy a punto de desmayarme” a una mamá más conectada, abierta y con la paciencia recargada tan necesaria para la crianza.