* Este artículo lo escribí hace tiempo pero entre cambiar el dominio, transferir alojamiento y no se cuántas cosas más he hecho, no se exportó, así que las miles nuevas Madres Conectadas que han hecho crecer nuestra comunidad no lo conocían. Lo voy a dejar tal cual para plasmar con fidelidad lo que experimentaba en ese momento hace ya un año y 3 meses cuando fui a una conferencia del Dr. Carlos González.
A riesgo de parecer más una fanática que una admiradora, confieso que el viernes en la noche eran las tres de la mañana y no podía conciliar el sueño.
Mi cerebro estaba a mil por la anticipación y la emoción que me llenaba pues al día siguiente iba a conocer personalmente a una de las personas que más ha influenciado e inspirado mi deseo de vivir una maternidad más plena y consciente.
Les hablo del Dr. Carlos González, pediatra, escritor, conferencista y no sólo defensor y promotor de la crianza con amor y todo lo que implica, sino además agente multiplicador activo, servidor.
Más allá de los conceptos, que por sus libros ya había descubierto y empezado a conocer, de él me impresionó la forma orgánica, natural, fluída, sencilla y profunda en que presentó sus ideas. Puedo decir que hasta hubo momentos en que me mortificó que, como todos fuimos preparados a aprender sobre crianza, la mayoría de padres pasaran por alto la poesía, la sabiduría y la profundidad detrás de sus palabras.
Les prometo que más adelante publicaré de manera más ordenada y definida aquellas ideas que quiero compartir con ustedes de todo lo que se expuso en las conferencias, sólo que paciencia porque es que sencillamente no me puedo “vaciar” y punto.
Para mí no es cuestión de reproducir la información recibida. Personalmente, conciliar estos conceptos es casi un parto, es un proceso que me cuesta largas conversaciones y por supuesto varias onzas de lágrimas sobre mi esposo, mis padres y mi almohada.
Es un verme de frente a mí misma como mamá, es un proceso de introspección, de evaluación, de contemplar mi accionar y a mis hijos bajo una nueva luz.
En este caso, esa nueva luz de la que hablo y que me brindó el Dr. Carlos González es reflejo del amor, del instinto, de lo primario que todas sentimos y negamos muchas veces porque estamos contaminadas por el ruido de una sociedad que nos quiere moldear y decirnos qué y cómo sentir respecto a nuestras decisiones de crianza.
Hoy sólo voy a comentar acerca de una idea específica en donde se enfoca uno de los temas más controversiales, impactantes y abusivamente explotados en la crianza: la disciplina, aquel gran dolor de cabeza que algún momento se convierte en el mayor de todos.
Aunque no voy a abundar en los detalles, sí quisiera compartir una hermosa, acertada, conciliadora, esperanzadora y sobre todo POSIBLE forma de ver y practicar la crianza con amor, especialmente en el caso de que alguna conducta de nuestros hijos, a nuestro parecer, deba ser corregida o modificada. El Dr. lo planteó de una manera sencilla, en el marco del siguiente relato:
La parábola del Hijo Pródigo
“Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven, reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad.
Fue y se puso a servir a un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían los cerdos; y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: ¡cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre.”
Sigue el relato:
“Cuando aun estaba lejos, lo vió su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Comenzó a decirle el hijo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a celebrarlo….”fragmento.
Ahora analicemos la parábola a la luz de la crianza:
¿Cuál fue la actitud del padre? ¿Lo reprochó, lo amenazó, lo castigó, le sacó en cara su conducta, lo avergonzó, lo hizo sentir culpa, lo humilló?
¿Qué haríamos nosotros si un hijo nuestro hiciera algo de esa magnitud?, ¿Qué haríamos si un hijo nuestro cometiera una de esas pequeñas faltas que comenten a diario? (dibujar en la pared, saltar desde los muebles, dejar los juguetes tirados, jugar con agua en el baño, salir sin permiso, no hacer la tarea y hasta no comerse todo lo que está en el plato, etc.)
Según lo que dicen innumerables libros de psicología, dependiendo de lo que esté “aceptado” o de la tendencia del momento, lo deberíamos poner en una silla de pensar un minuto por cada año que tenga (time out) o le haríamos una lista de TODAS las consecuencias que para él va a tener lo que hizo (fíjense que NO las consecuencias que tuvo el hecho para los demás sino un listado de lo que a él le va a pasar por haber hecho algo incorrecto) o le daríamos un castigo restrictivo simplemente quitándole algo que le gusta, TV, bicicleta, juegos etc.
Famosos castigos que luego, para hacer el término más amigable y los padres no nos sintiéramos tan culpables, le pusieron el nombre de consecuencias y como en el fondo era el mismo castigo ahora le han puesto “técnicas de modificación de la conducta”.
Lo que no dice en ningún best seller de crianza es que frente a un comportamiento inadecuado de nuestros hijos nosotros podríamos sencillamente, como fue escrito miles de años atrás en la Parábola del Hijo Pródigo, aceptarlos, recibir su arrepentimiento y perdonarlos.
Hablar desde el amor, escuchar sus razones, plantearles cómo eso que hizo afectó su entorno y sencillamente dejar que poco a poco de él mismo surja la conciencia de que no es una isla y sus decisiones y acciones tienen un efecto en otros.
¡Cómo me ha impactado conocer este punto de vista!
Corregir desde el amor y el perdón es una tarea ardua para nuestra generación pues la mayoría fuimos corregidos en base a la imposición de la autoridad y la fuerza por encima de la razón y los sentimientos. Es un trabajo de conversión interna, pues mentalmente tenemos que romper algunos moldes que nos fueron heredados social y culturalmente.
Si por ejemplo tu niño está saltando en la sala y de repente rompe algo, piensa si, en vez de reprochárselo, amenazarlo y castigarlo sin dejar ningún espacio para la disculpa o la conversación (como es nuestro primer impulso) qué diferente sería si lo sientas y le preguntas qué fue lo que pasó.
Probablemente si lo escuchas te contará que no lo rompió a propósito sino que quería hacer una pirueta y se cayó. Luego le preguntarías si él piensa que la sala es un lugar adecuado para las piruetas y te respondería que no lo es. Pasas de ahí a seguir cultivando la consciencia en él y le preguntarías qué lugar él cree adecuado donde no hay nada que pudiera romper y ahhh se hizo la magia, él te responderá que el patio o la terraza o su habitación es un buen lugar.
Sencillamente acaba de hacer un análisis de causa y efecto y finalmente harán un acuerdo de sólo hacer piruetas en el patio y así no pone en peligro los adornos de la sala que tanto le gustan a mamá. Finalmente recogerían juntos el desorden y se construiría una relación basada en el diálogo, el perdón, la confianza y asumir la responsabilidad por lo que se ha hecho.
No lo he sacado de un libro de cuentos de hadas, lo puse en práctica y funcionó.
Escuchar esta parábola sin el matiz al que estoy acostumbrada a oírla (sustituyendo al padre por “Dios Padre”) y ahora pensando en que ese padre soy yo, me siento humilde ante la revelación que se me ha presentado.
Pienso para mí misma: ¿El esquema que uso para disciplinar a mis hijos proviene de la ira, de la impotencia o de la idea que tuvo otra persona de cómo se debe hacer (cosa que pudiera ser cuestionada, refutada y descartada como miles de teorías que han surgido a lo largo del tiempo) o proviene del amor inherente, irrefutable y visceral que siento por mis hijos?
Gran interrogante que merece pronta respuesta e inmediata acción.
Gracias Doctor González por invitarme a remar mar adentro.