Mi niño mayor de 4 años es el puro retrato del resultado de una combinación de sucesos: es el primer hijo, nieto, sobrino etc. Primogénito del mundo y además contó con una madre primeriza sobreprotectora, insegura de todo lo que hacía, con demasiadas exigencias y poco sentido de logro. ¿Suena familiar?
El asunto es que él ha experimentado algunos inconvenientes con la confianza en sí mismo y el sentido de exploración, independencia y temor a lo desconocido, en fin, todo lo que viene con el paquete. Por esas razones, decidí ponerlo en clases de natación. Pensé que como disciplina es muy completa y trabaja de una manera u otra el aspecto psicológico igual que el físico.
Ha sido para mí una de las experiencias con mayor carga emocional, terminaba exhausta, con dolor en el corazón. Yo tenía que durar una hora antes convenciéndolo para que fuéramos, hablándole de lo divertido que sería y todo lo positivo que pudiera alguien en el mundo decirle a un niño acerca de pasar una hora en la piscina.
Luego venía la parte de llegar allá y pasar por el proceso de darle un boost de confianza, de mirarlo, aplaudirlo, ignorarlo, cargarlo, consolarlo.
Si tocaba tobogán tenía que cargarlo mojado, ponerlo en el tobogán y llevarlo agarrado hasta que tocara el agua donde el profesor lo esperaba.
Sus gritos se oían a 2 kilómetros, llegaba ronco a la casa de tanto que lloraba y gritaba especialmente cuando hacían algún ejercicio nuevo.
Yo me llenaba de valor todos las clases, el profesor se llenaba de paciencia (Dios lo bendiga) y todos los ojos caían sobre mí como cuestionando esa reacción de mi niño y parecería que hasta juzgando la actitud que yo había tomado de llevarlo poco a poco pero sin parar, dejarlo superar su pánico por sí mismo y no darme por vencida e insistir en que en algún punto con esa empírica terapia de desensibilización sistemática lo íbamos a lograr.
Todo siguió así, días buenos y días malos. Su papá salía a mitad de la tarde del trabajo para verlo, su abuelo y tío también solo para que él se sintiera que lo que él hacia era importante para todos.
Hasta que un día fue a un cumpleaños en la escuela y le pintaron un pececito en la cara, cuando lo vi se me ocurrió decirle que ese pez que él tenía en la cara le daba el poder de nadar sin irse al “fondo del mar de la piscina” que era su mayor temor.
A base de convencimiento fuimos a la clase y antes de entrar me preguntó si tenía el pez todavía y si no se le iba a borrar con el agua, obviamente le dije lo que él quería escuchar.
Hasta ese día llegaron los temores. Se borró de su mente el pánico, hizo los ejercicios, se tiró del tobogán solo, hizo la fila solo. Nadie lo podía creer. Todos me preguntaban que qué yo había hecho y todavía ni yo estaba clara de lo que estaba pasando.
Unos minutos después sale de la piscina con una sonrisa enorme y me pregunta:” mamá, ¿Se me borró el pececito? ” le dije que no, que todavía se veía y precisamente ahí fue cuando lo supe. El necesitaba un símbolo, un elemento de referencia para sentirse empoderado.
A esa edad un niño no tiene la conciencia de su “fuerza interior” y yo le estaba pidiendo que no sintiera miedo porque él lo iba a lograr y ese no era un concepto que él pudiera entender.
El pececito en la cara hizo algo muy poderoso por él: le borró el temor y, si lo veo con lógica, si hay un ser en el mundo que podría evitar que él se hundiera sería un pez.
Tan pronto él se desprendió del temor todo empezó a fluir. Al terminar la clase su profesor me dijo:”- el pececito hizo un milagro” y yo le contesté : ” – “se lo voy a tatuar”.
Para la próxima clase me preguntó cómo iba a nadar si el pez ya se le había borrado, le contesté: “- el pez ahora está en tu corazón” y no ha habido marcha a atrás.
No fui consciente de lo que hice en ese momento hasta ahora que lo escribo y tengo los ojos nublados de lágrimas: Le enseñe a mi hijo el concepto de DIOS.
Ahora me doy cuenta que yo no hice nada per se, sólo le mostré que dentro de él había una fuerza que era mayor que él y podía lograr por él las cosas de las que él no se creía capaz y que si él depositaba su confianza en ese ser, en esa fuerza, todo funcionaría.
¿Acaso no aprendemos con símbolos la presencia de Dios o lo que consideramos superior en nuestras vidas?. Luego viene la etapa de entender que Dios no está en algo físico, que siempre está con nosotros, que está en nuestro corazón y nos da la paz, la fuerza y la confianza de seguir adelante porque confiamos que si alguien podría ser experto en lo que sea que estamos enfrentando sería El.
Un poco como el pececito, una figura muy peculiar para este tema en particular.