Las etiquetas importan. Lo que decimos de nuestros hijos o directamente les decimos sobre sí mismos es relevante. Ellos construyen su propia imagen a raíz del trato, las opiniones y observaciones referentes a ellos que hacen los demás, en especial sus padres.
Con cada comentario que hacemos está el riesgo de que se haga repetitivo y nuestros niños (que siempre escuchan) acaben creyéndose que la opinión nuestra sobre una conducta o actitud particular define quiénes son.
Culturalmente estamos condicionados a etiquetar: “el inteligente”, “el chistoso”, “el responsable”, “el vago” y una de las peores para mí “el muy maduro para su edad”. Esta práctica está tan generalizada que ya ni notamos cuando lo hacemos.
Siempre me ha afectado cómo las etiquetas cada vez más escalan en la clase profesional y cómo se ha creado toda una cultura de apresurarse a llegar a conclusiones por la simple necesidad de ponerle un nombre científico a algo para calmar la conciencia de padres, profesores y directores que llegan a un punto donde necesitan saber que ese niño no es “normal”, que de hecho “tiene algo” y sobre todo que existe una pastilla para quitárselo.
Me preocupa mucho cuando noto que una de las áreas donde las etiquetas tienen más espacio para multiplicarse es en la siquiatría.
Las escuelas están en su apogeo con este tema. Los sicólogos en los colegios tocan con ligereza el delicado mundo de los trastornos mentales o de conducta como si fuera una gripe mala y tranquilamente, sin detenerse ante el delicado balance de la salud emocional de un niño, un buen día deciden llamarlo “hiperactivo”.
La hiperactividad, el déficit de atención, los trastornos de conducta y todos los desórdenes que han sido identificados al momento por la ciencia son reales y muchos niños necesiten ayuda o tratamiento, ésto es irrefutable. De hecho nosotros como padres tenemos la misión de informarnos y superar el estigma social y la negación para poder en verdad atender su necesidad.
Pero por otro lado considero que muchas veces, ya sea por ignorancia, impotencia o desesperación, estamos aceptando diagnósticos de una primera opinión, sin investigar lo suficiente, sin agotar todos los recursos que nos sean posibles y dejando que nuestros niños sean prácticamente sentenciados con un diagnóstico, con un tratamiento, con unos efectos secundarios y hasta con un ajuste en su rutina que a veces no necesitan o que no es lo que necesitan.
Recuerdo una vez que una profesora de mi niño en Kinder me comentó que el se distraía mucho en clase, que era como que se desconectaba, escuchaba al principio y luego perdía la concentración.
Obviamente me preocupé, leí todo lo que pude encontrar desde autismo hasta déficit de atención, hablé con la pediatra, hablé con la sicóloga del colegio, y luego de que ya tenía una semana en pánico se me ocurrió hacer lo obvio: hablé con mi hijo.
– “Amor, la seño me dijo que a veces cuando están en clases tú te distraes y te quedas en el aire, qué pasa, qué haces cuando no pones atención?.
– “Mamá, es que la seño dice la misma cosa varias veces y ya a la primera yo entendí, entonces me pongo a pensar en las cosas que me gustan.”
– “Y en qué piensas?.”
– “En una grúa que quiero armar con los legos, en lo que quiero merendar en la tarde, en mis muñequitos favoritos. Cosas así”.
Una vez hablé ésto con la profesora, entonces empezó a probar usándolo a él como ayudante o le asignaba tareas complementarias dentro del curso para mantenerlo presente e involucrado. Funcionó.
Sólo con tomar medidas simples y proactivas, mi hijo pasó de ser un niño posiblemente etiquetado con déficit de atención acompañado de lagunas mentales a ser sencillamente un niño que, se si no recibe la estimulación necesaria, se aburre y su mente se pone a volar. Yo diría que todo un creativo y soñador.
A veces no saltar a conclusiones y darle oportunidad a nuestros hijos de expresarse, de ser protagonistas de su propia vida nos ahorra un sin fin de preocupaciones y de medidas extremas.
Indagar, escucharlos, verificar que su entorno y sus actividades son apropiadas a su edad y sobre todo que está creciendo en un ambiente equilibrado y donde se siente amado e importante es nuestro primer paso, la verdadera tarea que nos corresponde como padres.
Si no hemos agotado ésta, seguro vamos a encontrar respuesta en una pastilla o un tratamiento y si nuestro hijo, con su conducta o actitud sólo está respondiendo o reaccionando a su propio medio, vale la pena descartar esa posibilidad pues sería injusto hacerlo transitar por el duro camino físico, emocional e incluso social de ser medicado sin necesitarlo.
Comparto con ustedes un video excepcional que pone en imágenes la realidad en muchos casos de la que son víctimas tanto nuestros hijos como nosotros mismos al dejarnos arrastrar por un sistema que insiste en encasillarlos y etiquetarlos.